Dinah
era una de las niñas más bondadosas que hayan
existido, pero es muy perezosa. No hay nada que
le guste más que acurrucarse en un rincón cálido
bajo el sol y no hacer nada.
La mamá de Dinah deseaba mucho que su hija
aprendiera a leer, pero la señora que trató de
enseñarle pronto se dio por vencida.
- No sirve de nada-, dijo, Dinah
no va a aprender. No es tonta, pero es demasiado
perezosa para cualquier cosa.
Y sucedió que, poco después de esto, un joven
de Massachusetts llegó a la casa donde vivía
Dinah. Trajo consigo algo que nadie en el barrio
había visto antes - un par de patines.
Cuando Dinah vio al joven correr sobre sus
patines de un lado al otro de la plaza quedó tan
sorprendida que casi no sabía qué pensar. Ella
corría tras él como un gato, sus ojos negros
brillando como nunca antes habían brillado.
Un día el joven le permitió probar los patines.
La niña estaba muy feliz y agradecida. Por
supuesto, se caía y revolcaba sobre el piso,
pero no le importaba para nada.
-Mira, Dinah", dijo el joven, "Sé que
mi tía ha estado tratando de enseñarte a leer-.
Dinah respondió que por cierto lo había hecho.
-¿Por qué no has aprendido? - preguntó el
joven. No tienes que molestarse en responder -
dijo él,- era sólo porque eres demasiado
perezosa. Ahora bien, si para el primero de enero,
tú aprendes a leer, te digo lo que voy a hacer.
Te enviaré el mejor par de patines que pueda
comprar en Boston.