Cuento La cazadora de mariposas
Cuentos populares argentinos
La cazadora de mariposas
Hace muchísimos años, vivía en los alrededores de Buenos
Aires, una familia acaudalada poseedora, entre otras fincas
hermosas, de un jardín que parecía de ensueño.
En él había macizos de cándidas violetas
escondidas entre sus redondas hojas, olorosos jazmines blancos,
rojos claveles como gotas de sangre, altaneras rosas de diversos
colores, pálidas orquídeas de imponderable valía, grandes
crisantemos y moradas dalias que recordaban a países remotos y
pintorescos.
Es natural que, al abrirse tantas flores de múltiples coloridos
y perfumes, existiera también la corte de insectos que siempre
las atacan, para alimentarse con sus néctares o simplemente para
revolotear entre sus pétalos.
De día, el jardín era visitado por miles de bichitos de
variadas especies, entre los que sobresalían las mariposas de
maravillosas alas azules, blancas y doradas.
Pero estos hermosos lepidópteros tenían un gran enemigo que los
perseguía sin tregua y con verdadera saña y sin ninguna
finalidad práctica.
Este enemigo era la hija del dueño de la casa, llamada Azucena,
como cierta flor, pero menos pura que ésta, ya que no se conmovía
ante la belleza y la fragilidad de las pobrecitas mariposas, y
con su red, en forma de manga, las cazaba para después
pincharlas sin piedad con alfileres y colocarlas en sendos
tableros, donde las coleccionaba, por el sólo placer de mostrar
a sus amistades el curioso y cruel museo.
Cierta noche, después de una fructífera caza, Azucena soñó
con el Hada del Jardín. Esta era una mujer blanca, como los pétalos
de las calas, de cabello dorado como la espuela del caballero y
de ojos celestes como las pequeñas hojas de las dalias. Vestía
un manto soberbio de piel de chinchilla, adornado con flores de
lis hechas de láminas de oro, y su mano derecha sostenía una
vara de nardo en flor, que derramaba sobre el jardín una pálida
luz como la reflejada por la luna.
Su corte era numerosa, y tras el hada, en disciplinadas filas,
llegaban toda clase de insectos, abejas, escarabajos, grillos,
mariposas, avispas, cigarras, hormigas y miles de otras especies
que en perfecto orden, caminaban a paso de marcha, portadoras de
armas de los más variados tipos.
El hada se acercó a la cama de la cruel niña y luego de tocarla
con la olorosa vara de nardo, le dijo con su voz suave como la
brisa del jardín:
- ¡Azucena! ¡Tú eres una niña educada y de buen corazón! ¡Tus
crueldades para con algunos hermosos habitantes de mis canteros,
son producto de tu inconsciencia! ¡Todos los animalitos de mis
dominios son buenos e inofensivos y llegan hasta mis flores para
alimentarse y embellecer mi reino! ¡No les hagas daño! ¡Tú
eres una enemiga despiadada de mis mariposas!
¡Las persigues y las matas entre los más atroces suplicios! ¿Qué
te han hecho ellas? ¡Nada! ¡Su
único pecado consiste en ser bellas y tener alas de divinos
colores! ¡Piensa que son hijas de Dios, como tú y como todo lo
creado, y desde mañana debes dejar de perseguirlas y ser amiga
de todo lo que existe en mi hermoso jardín!
- Hada divina -respondió la niña.- ¡Tus mariposas son tan
bellas que yo deseo coleccionarlas para enseñárselas a mis
amigas!
- ¡Tú eres también bella! -le respondió el hada,- pero no te
gustaría que, por serlo, alguien te hiciera sufrir y te matara
pinchándote en la pared.
- ¡Oh, no! -contestó la niña asustada.
- ¡Pues bien! ¡Lo que no quieres para ti, no lo hagas a los demás
y seguirás tu vida feliz y contenta, querida por todos y
bendecida por los inofensivos animalitos de mis dominios!
La pequeña Azucena prometió enmendarse, jurando no perseguir más
a las multicolores mariposas, pero a la mañana siguiente, en
presencia del follaje que le brindaba mil placeres, olvidó las
palabras del hada y prosiguió su incansable persecución de tan
encantadores lepidópteros.
La noche siguiente soñó algo que la llenó de miedo.
Estaba en presencia de un tribunal de insectos, en medio de un
macizo de violetas, presidido por el hada que dominaba el cuadro,
sentada sobre un sillón de oro, adornado con varas de nardo y
tapizado con pétalos de rosa.
El acusador era el grillo, que agitaba sus élitros como un loco,
señalando al aterrorizado reo.
- Esta mala niña -decía el grillito,- no ha hecho caso de los
ruegos de nuestra hada. Desde hace mucho tiempo persigue a
nuestras amigas las mariposas, que embellecen el jardín con sus
maravillosas alas multicolores. Sin piedad, llevando en sus
crueles manos una gran red para cazarlas, las mata entre los más
atroces suplicios que, si se cometieran entre los humanos,
levantarían un clamor por el crimen y la alevosía. El reo tiene
en su contra el haber sido perjuro.
Un griterío ensordecedor apagó la vibrante voz del grillo. Éste
continuó
- ¡El reo, he dicho, es perjuro, ya que ha cometido la enorme
falta de engañar a nuestra reina, la hermosa y buena Hada del
Jardín!
- ¡La muerte! ¡La muerte! -aullaban los insectos.
El hada levantó su vara de nardo e impuso silencio.
- ¡Debe pagar sus culpas, con la peor de las penas -terminó el
acalorado acusador,- y por lo tanto, solicito del tribunal que me
escucha, la de muerte, para la niña mala y cruel!
Las últimas palabras del grillo, produjeron un verdadero
alboroto y todos los animalitos gritaban en sus variadas voces,
solicitando un ejemplar castigo, ante el terror de Azucena que
contemplaba todo aquello, atada a un árbol y vigilada por cien
abejas de puntiagudos aguijones.
Una vez hecha la calma, se levantó el defensor, un escarabajo
cachaciento y grave que comenzó diciendo:
- Respetable tribunal. ¡Francamente no sé qué palabras emplear
para defender a tan temible monstruo que asola nuestro querido país!
¡Su majestad, nuestra hada, me ha designado para que defienda a
esta niña mala y no encuentro base sólida para iniciar mi
defensa! ¡Sólo sé decirles, que esta criatura, como ser humano
de pocos años, quizá no tenga aún el cerebro maduro para
reflexionar en los graves daños que comete y persiga a nuestras
mariposas con la inconsciencia de su corta edad! ¡Pero
creo que no es ella la única que ha faltado a sus deberes de la
más simple humanidad, sino sus mayores, que han descuidado
conducirla por el buen camino y hacerle ver con suaves palabras
que martirizar a los débiles es un pecado que ni el mismo
Creador perdona! ¡Por lo tanto, solicito seáis clementes con
ella!
Acallados los silbidos y los aplausos motivados por la feliz
peroración del escarabajo, mucho más elocuente que la de
algunos mortales que llegan a altas posiciones, se reunió el
tribunal para deliberar sobre el castigo que merecía tan
despiadada muchacha.
Breves momentos después, el ujier, que para este caso era un
alargado alguacil, leyó gravemente la sentencia
¡La niña Azucena, será condenada a sufrir los mismos
martirios que ella ha impuesto a las indefensas mariposas!
Una salva de atronadores aplausos siguió a la lectura y los
insectos todos, ante la orden del hada, se encaminaron a sus
respectivas tareas, ya que las primeras claridades del día
anunciaban bien pronto la llegada del sol.
Azucena, aquella mañana se levantó del lecho algo preocupada
con el sueño, pero ante la presencia de los padres y con la
confianza que inspira la luz, olvidó la pena impuesta por los
insectos y reinició la cruel cacería con la temible red, que no
paraba hasta atrapar los hermosos lepidópteros.
Pero la fría cazadora no contaba con la ejecución de la
sentencia del tribunal nocturno
No bien comenzó su inconsciente persecución, fue atacada por un
verdadero ejército de miles de abejas y de avispas, que bien
pronto convirtieron la cara de la muchacha en algo imposible de
reconocer por el color y la hinchazón.
En vano la infeliz gritaba pidiendo socorro y tratando de
defenderse de tan brutal ataque. Las abejas y avispas, poseídas
de un ciego furor, continuaron su obra hasta que la niña, casi
desvanecida, fue sacada de tan difícil situación por los padres,
que inmediatamente la condujeron a su habitación para hacerle la
primera cura de urgencia.
Azucenita, tardó varios días en mejorarse de tan terribles
picaduras y cuando volvió a su jardín recordó la dura lección
de los insectos y nunca mas volvió a cazar mariposas ni cometer
actos de crueldad con los indefensos animalitos de los dominios
de la hermosa hada, que tan bien la había aconsejado.


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