Cuento El mono y el tiburón
Cuentos populares colombianos
El mono y el tiburón
Érase una vez un mono que vivía junto a la costa. Tenía la
suerte de que, desde su árbol favorito, podía admirar la
belleza del inmenso mar ¡Cuánto disfrutaba contemplando el
fuerte oleaje en invierno y las calmadas aguas en los meses de
verano!
El árbol en cuestión era un manzano. En él pasaba la mayor
parte del día, escalando por la copa para mantenerse en forma y
mordisqueando una tras otra las ricas manzanas que tenía a su
alcance.
Desde la orilla, un tiburón solía observarle con envidia porque
él no podía llegar hasta la fruta madura que pendía de las
ramas. Un día, le gritó con todas sus fuerzas:
- ¡Eh, amigo mono! ¿Podrías regalarme una de esas
manzanas? ¡Nunca he comido ninguna y tienen una pinta muy
apetitosa!
El mono, que era generoso y tenía fruta de sobra, lanzó con
acierto una grande, roja y brillante, a las fauces del tiburón.
El enorme pez la engulló y se llevó una grata sorpresa.
- ¡Oh, esto sabe a gloria! ¡Está buenísima! ¡Muchas
gracias!
A partir de entonces, empezó a acudir puntualmente a la orilla
para comer la manzana que, muy amablemente, le regalaba el mono.
Enseguida se creó una complicidad entre ellos que hizo que se
convirtieran en muy buenos amigos.
Después de un tiempo, en una de sus conversaciones diarias, el
tiburón le hizo una interesante propuesta.
- Amigo mono, todos los días acudo a tu encuentro porque me
gusta tu compañía y charlar un rato contigo. Yo ya conozco el
hermoso lugar en el que vives. Creo que ha llegado el momento de
que tú conozcas mi hábitat y descubras lo maravilloso que es el
mar.
El mono se asustó.
- ¡Uy, no, no, amigo mío! ¿Me has visto bien? ¡Soy un
mono! No tengo aletas ni cola de pez para poder nadar ¡Si pisara
el agua, me ahogaría al instante!
Negando con la cabeza, el tiburón le tranquilizó.
- ¡No te preocupes por eso! Yo puedo llevarte en mi lomo.
Te encantará el mundo de coral que hay en el fondo del mar ¡Te
aseguro que es tan bello como el pedacito de bosque en el que
vives!
El mono masculló rascándose la barbilla con nerviosismo.
- Es que
No sé qué hacer
- ¡Anímate! Podrás ver enormes ballenas, pero también
pequeños y delicados caballitos de mar ¡Es un espectáculo que
no te puedes perder!
Ya sabéis que la curiosidad es muy propia de los monos, así que
no pudo resistir más y aceptó la invitación. Afinó la puntería
y saltó ágilmente sobre el lomo del tiburón. Sentado a
horcajadas como si fuera montado a caballo, comenzó a navegar
dejándose acariciar por la brisa marina.
¡Todo era increíble! Le parecía estar en otro mundo, un mundo
azul donde había especies de algas rarísimas, peces
multicolores jugando entre la espuma
¡Y cómo olía a sal!
De repente, de las profundidades, llegó una voz.
- ¡Atención a todos! ¡El rey de los tiburones está muy
enfermo! ¡Hace falta que alguien traiga urgentemente un hígado
de mono para fabricar la única medicina que podrá salvarle! ¡Ayuda!
¡Ayuda!
El tiburón frenó en seco y miró fijamente al mono. Era su
amigo, pero claro
Al fin y al cabo él era un tiburón y su
instinto depredador afloró al instante. El macaco, al ver cómo
la cara de su colega se volvía tensa y amenazante, se olió la
tostada y buscó la manera de zafarse del peligro.
- Amigo tiburón, siento mucho que vuestro rey esté tan
enfermo. Sabes que estoy deseando entregarte mi hígado, pero lo
dejé en el manzano para que no se dañara con el agua. Acércame
a la orilla y con mucho gusto te lo daré.
El tiburón se tragó la patraña.
- Está bien
¡Mejor así, porque si no me vería
obligado a arrancártelo de cualquier manera!
El tiburón regresó con tanta rapidez a la orilla que el
asustado mono tuvo que agarrarse a la aleta con mucha fuerza.
Cuando por fin puso las patas en la arena estaba medio mareado,
pero echó a correr como un bólido de competición. Al llegar a
su árbol, trepó y trepó por él hasta sentirse completamente
seguro.
Desde el agua, el tiburón, alucinado, le recriminó.
- ¡Eh, tú! ¡Vuelve! ¡Necesito que me ayudes!
El mono, todavía con el corazón en un puño por el sofocón, le
contestó a gritos.
- ¿Estás loco? ¿De verdad me creíste cuando te dije que
te iba a dar mi hígado? ¡Eso ni lo sueñes!
El tiburón se quedó sin palabras. Se dio cuenta de que no había
podido evitar comportarse como un tiburón, pero también que el
mono era un mono y había actuado según su naturaleza. Cada
especie es como es y el instinto animal de cada uno es algo
contra lo que no se puede luchar.
Cada cual volvió a su entorno natural: el mono siguió viviendo
feliz en su árbol atiborrándose de manzanas, y el tiburón se
sumergió, como siempre, en las profundas aguas del mar.


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