Un capellán estaba comiendo en la posada de una
aldea un palomino asado cuando entró un
caminante y pidió al posadero que le diese algo
de comer.
El posadero le contestó que lo único que le
quedaba era un palomino y ya se lo había
preparado al capellán.
Entonces el caminante rogó al capellán que
compartiese con él la comida y que la pagarían
a medias, pero el capellán se negó y continuó
comiendo.
El caminante sólo tomó pan y vino. Cuando el
capellán terminó de comer le dijo:
- Habéis de saber, reverendo, que aunque no
hayáis aceptado compartir conmigo la comida, el
palomino nos lo hemos comido entre los dos, vos
con el sabor y yo con el olor.
Respondió el capellán:
- Si eso es así, tendréis que pagar vuestra
parte del palomino.
Comenzaron a discutir y como el sacristán de la
aldea estaba en la posada le pidieron que actuara
como juez en la disputa.
El sacristán le preguntó al capellán cuánto
le había costado el palomino. Contestó que un
real. Mandó al caminante que sacase medio real y
lo dejó caer sobre la mesa haciéndolo sonar y
le dijo al capellán:
- Reverendo, con el sonido de esta moneda tened
por pagado el olor del palomino.
Dijo entonces uno de los huéspedes de la posada:
- A buen capellán, mejor sacristán.
 
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