El lobito bueno tenía un padre que era menos bueno. Los
corderos y los cabritillos tenían mucho cuidado de no ponerse a
sus alcances. Papá Lobo estaba cierta mañana descansando en su
cama. Aquel día no tenía ganas de salir, y decidió pasarse el
día entero durmiendo desde la mañana hasta la noche.
Pero no podía conciliar el sueño, puesto que por la ventana
penetraba un ruido escandaloso. ¿Qué podría ser?
Se levantó papá Lobo y echó una mirada a la calle. Entonces se
quedó agradablemente sorprendido de lo que pudo ver en ella. Y
se relamió con gusto los labios...
El Lobito bueno estaba jugando a la pelota. Esto no tenía nada
de particular. Pero lo que le llamó la atención a papá Lobo
fue que el otro jugador era el más sonrosado cerdito de cuantos
solían pasearse por el bosque. Precisamente, papá Lobo había
pensado muchas veces que aquel cerdito tenía que estar riquísimo
en una buena cazuela y bien cubierto con salsa de tomate.
- Ésta es una ocasión magnífica que no debo desaprovechar. Quédese
la siesta para más tarde, porque es una gran suerte para mí
encontrarme este cerdito. En cuanto le he visto, me han entrado
ganas de comer carne de cerdo. Pronto... Corramos. No vaya a ser
que mi querido cerdito adivine lo que le espera, y se me escape...
¡Eh, cerdito, amigo cerdito! Aguarda un momento, porque tengo
necesidad de hacerte una preguntita. Vamos a ver: ¿a que no
sabes en quién estoy pensando para que me sirva de cena esta
noche? Empieza por C y termina con O.
- ¡Ajajá! ¡ya te cacé!
- Eso no está nada bien, papá. Te has apoderado del cerdito.
Deberías estar avergonzado.
-¿Avergonzado? ¿Por qué?
- Nos han dicho en la escuela que ningún lobo honrado se dedica
a cazar con engaño cerditos. Tú eres honrado, ¿verdad, papá?
- Yo..., pues verás...
- No querrás que digan que mi papá no es honrado. Me sentiría
apenado.
- ¡Está bien! Dejaré libre al cerdito. Pero te prohibo en
adelante que juegues con cerditos. Se me hace la boca agua, ¿te
enteras bien? No sé por qué razón has de jugar con cerditos.
Supongo que ha de haber otros chicos en la vecindad. Vete por ahí,
y búscate nuevos amigos.
- Está bien, papá. Así lo haré.
El Lobito bueno se fue por el bosque. Pasó de largo por delante
de la casa del Caracol, porque pensó Lobito que los hijos de aquél
andaban tan despacio que no le iban a servir para jugar a la
pelota.
Luego, estuvo tentado de llamar en casa del Erizo. Pero se acordó
de que el día anterior lo había pinchado con las duras púas de
su cuerpo. Finalmente, tocó a la puerta donde vivía la señora
Osa, y dijo:
- Soy el Lobito que vive cerca del río y estoy buscando un amigo
para jugar... Si por casualidad tuvieran ustedes un osito de mi
tamaño... busco un compañero que le agrade a mi papá.
- Aquí tienes a nuestro hijo, el Osito. Espero que seréis
excelentes camaradas, Lobito bueno.
- Vamos a ser muy buenos amigos. Jugaremos a lo que más te guste.
Se fueron los dos saltando por el bosque. y papá Oso y mamá Osa
vieron cómo se alejaban cogidos del brazo como buenos compañeros.
Mamá Osa, sobre todo, estaba muy satisfecha de que el Lobito
bueno hubiera llamado a su puerta.
- ¿No te parece - le dijo a papá Oso - que es un lobito muy
simpático? Seguramente que sus papás serán personas muy buenas
y muy educadas. Me gustaría conocerlos, papá Oso.
- Está bien, si así lo deseas. Pero no sabemos dónde viven.
- No será difícil encontrar su casa; recuerda que el lobito nos
dijo que vivía cerca del río. Vístete, que vamos a ir a
hacerles una visita esta tarde.
- ¿Crees que estoy bien presentado con mi traje de fiesta?
- Estás muy elegante, papá Oso. Te he planchado la camisa, y
has estrenado guantes. Mira: esta casa tiene que ser. Ella sola
está junto al río.
- Bueno, pues, llamaremos a la puerta ahora mismo.
- Papá Oso: no te olvides de los buenos modales. Esta gente debe
ser muy educada y de gran distinción.
- Lo que tú digas; llamaré otra vez, ahora más fuerte.
- ¿Quién será el que me despierta en lo mejor de la siesta? No
quiero levantarme. Haré como que no oigo, y el que sea, se
marchará.
- ¡Pom! ¡Pom!
- ¿Otra vez? ¡Uf! Me está pareciendo que empiezo a perder la
paciencia... y me gustaría mucho que esos malditos porrazos los
estuviera recibiendo en su nariz el que llama.
- ¡POM! ¡POM! ¡POM!
- Esto es demasiado. ¡Canastos! ¿Me quieren echar la puerta
abajo? Como me levante y me obliguen a salir, aseguro a quien sea
que se acordará del Lobo durante todos los días de su vida.
- ¡POM! ¡POM! ¡POM!
- No te enfades, papá Oso. Es posible que sean un poco sordos.
Llama más fuerte. Más. Así. Pero no te enfades. Recuerda que
en esta casa deben ser muy educados. Supongo que no querrás
quedar en mal lugar... Anda, llama otra vez, lo más fuerte que
puedas.
- ¡¡YA VOOOY!!... ¡Rayos y truenos! ¿Pero quién es el
maldito que encima de no querer dejarme dormir, también se empeña
en machacarme la casa? Esto no hay quien lo aguante ni un momento
más. No cesan de aporrear mi puerta. ¡Ya voy!...
<<¡POF!>>
- ¡Oh! le ruego que me disculpe, señor . Estaba llamando en su
puerta, y como ha abierto usted tan de repente...
- ¿Quién diablos es usted? ¿Por qué escandaliza de esa manera?
¿Qué quiere? Le advierto que no compro nada, ¿me entiende bien?
- Discúlpeme. Pero es que mi señora y yo...
- ¡No tengo ganas de conversación! Si tratan de venderme algo,
no lo quiero ni me hace falta.
- Perdone; permita que me presente...
-¿Es que no quieren entenderme? ¿Cómo he de decirles que no
necesito nada?
El lobo cerró dando gran portazo, y las narices de papá Oso
recibieron un mamporro más que regular. se volvió enfadado
hacia mamá Osa.
- ¿Es ésta la gente tan educada?
- Verás... tampoco tú estuviste muy correcto.
- ¿Qué no he estado correcto? ¿Y por qué?
- Es mejor que no discutas. Al fin y al cabo, tú le diste a él
un puñetazo. No debería extrañarte que se enfade. Ya ves cómo
tú también te quejas porque te ha dado con la puerta en las
narices. Yo diría que la falta no es suya. Debes pedirle
disculpas.
- Me parece que no te comprendo muy bien, mamá Osa. ¿Quieres
decirme que tengo que pedirle perdón, después de todo lo mal
que hemos sido recibidos?
- No deberías acordarte de ello; él te ha dado un golpe, pero tú
le diste primero otro a él. Quedáis en paz y estamos igual que
al principio. Esto es lo razonable, papá Oso.
- Según eso, tú crees que debo llamar.
- Claro. Te disculparas, y quedáis tan amigos.
- Está bien. Llamaré.
- Pero sin mal genio. Hay que tener buenos modales.
- Lo procuraré.
¡Bom! ¡Bom!
- ¿Quién es ahora? - preguntó la voz malhumorada del Lobo.
- Le ruego que abra usted un momento. Quiero decirle que...
- ¡¡Maldición!! Este oso se ha propuesto no dejarme descansar,
y le voy a dar un escarmiento .
¡BOM! ¡BOM! Volvió a golpear el puño de papá Oso, quien al
ver que no venía nadie a abrir, insistió. Como él decía: no
iban a estarse toda la tarde contemplando la puerta verde.
- ¡Por cien mil bombas! - gritó el lobo -. Ahora mismo voy a
demostrar a quien sea, que el que me busca me encuentra.
¡Zas, zas, zas! Resonaron varios escobazos, al mismo tiempo que
el Lobo desahogaba de golpe todo su mal humor.
- Ya me ha encontrado usted, señor Oso. ¿Acaso se cree que he
puesto esta puerta en mi casa para que me la venga a destrozar
usted con sus porrazos? Me cansé de aguantar sus impertinencias,
y si lo que está pretendiendo es buscarme las cosquillas, llévese
usted otro escobazo para que conserve un gran recuerdo de mí.
- ¿Escobazos a un oso?... Pues váyanse al diablo las buenas
maneras, y la educación de esta gente distinguida, y los buenos
modos, y...
¡PLAF!
- Papá Oso, no te excites - pedía la mamá.
- ¡Ay! - gimió el lobo -. ¿Qué es lo que ha pasado aquí? Me
ha caído una torre sobre el carrillo... me ha caído una muralla...
¡me ha caído un ciclón!
- Le voy a dar su merecido, Lobo insolente.
- ¡Socorro! Que me llevan por los aires.
- Es usted una persona muy mal educada. Me agrada mucho podérselo
decir en su propia cara.
- Papá Oso, no te acalores tanto - aconsejaba la mamá -; cuando
te pones a discutir con alguien me pones nerviosa, y es que me
acuerdo de cuando le rompiste un hueso al leopardo.
- ¿Al leopardo? ¿Un hueso? - clamó el Lobo -. Señora: haga el
favor de separarme de su marido, o me pasará lo que al leopardo,
pero con muchos más huesos rotos. Suélteme usted, señor Oso.
- Voy a enseñarle antes a tener buenos modales.
- ¿Adonde voy?
- Al cubo de la basura. y de gracias el señor Lobo a que tenemos
una señora delante. Si yo no mirase eso, ahora mismo en vez de
poner al Lobo dentro de la basura, pondría la basura dentro del
Lobo.
Mamá Osa se alejó al final, llevándose a su marido, y el
infeliz Lobo salió más tarde, como pudo, y se encerró en su
casa, palpándose los chichones.
Tenía dolores en todo el cuerpo, y a cualquiera que le
preguntase entonces le hubiera contestado que estaba tan molido
como si sobre el cuerpo le acabara de pasar un camión bien
cargado.
En estas consideraciones estaba, cuando oyó llamar a la puerta
muy suavemente. Tan suave, que sólo un amigo podía llamar así.
El lobo había vuelto a meterse en su cama. Ya no tenía sueño,
porque el encuentro con papá Oso se lo había quitado por
completo. Pero le dolía la cabeza, y para refrescarse el calor
del bofetón se había colocado una gran barra de hielo que había
sacado de la nevera. Se imaginaba que dos o tres horas de
tranquilidad, mientras tanto fumaba el tabaco de pipa, le dejarían
tan bien como al principio. Y en esta situación se encontraba
cuando sonaron en la puerta aquellos suaves golpes.
- ¿Quién llama?
- Soy yo, papá: el Lobito.
- ¡Bah!, ¿Qué es lo que quieres? ¿No te dije que te
entretuvieses por ahí?
- Si, papá.
- Bueno, pues sigue entretenido y no vuelvas a molestarme.
- Vengo a decirte que he seguido tus consejos.
- ¿Consejos? ¿Qué clase de consejos?
- Recordarás lo que me dijiste de los cerditos. Que no te
gustaba...
- ¿A mí? - interrumpió el Lobo -. ¿Quién dijo que no me
gustan? Asados están riquísimos.
- ... que no te gustaba verme jugar con ellos.
- ¡Ah!
- Por eso, he estado en el bosque buscando otros amiguitos. Fui a
casa del Erizo.
- ... del Erizo - repitió aburrido el Lobo.
- También estuve con el Caracol.
- ... con el Caracol. ¡Bah!
- Y con el Zorrito, y el Burro, y el Ganso. Lo he pasado muy bien.
Pero hay uno entre todos al que he traído aquí para que le
conozcas. Ábreme la puerta. ¿A que no sabes quién es?
- No, claro está que no.
- Pues se trata de un oso.
- ¿Cómo? ¿Un oso has dicho?
- ¡Que no entre, que no entre! No le dejes pasar, porque ese Oso
es un terremoto. Y sálvese quien puesda, porque yo me voy de aquí
antes de que me alcance otra vez. ¡Hasta luego!
El Lobo se puso tan nervioso y atolondrado imaginándose que ya
estaba el papá Oso preparando sus puños para caer de nuevo
sobre él, que sin detenerse a pensarlo ni un instante, saltó de
su cama y se arrojó por la ventana a la calle.
El Lobito bueno y su amigo corrieron hacia allí, rodeando la
casa que, como ya sabemos, estaba a orillas del río. El infeliz
Lobo, en su apresuramiento para ponerse en salvo, no se acordó
de aquella circunstancia.
Y al saltar por la ventana fue a caer justamente dentro del agua.
- ¡Auxilio! Sáquenme de aquí, que todavía no he conseguido
aprender a nadar.
El Lobito bueno y su amigo se acercaron corriendo. Y con ellos
venía también papá Oso y mamá Osa, que, como eran de buenos
sentimientos, habían acordado olvidar lo ocurrido.
- No tenga usted miedo, amigo Lobo; venimos a salvarle. Y lo
sacaremos del río dentro de esta red.
El papá de Lobito bueno se tranquilizó al comprender que papá
Oso venía en son de paz.
- ¡Oh, me siento avergonzado! - se lamentó el Lobo.
- Olvídelo, amigo - dijo papá Oso -. Yo, ni me acuerdo de los
puñetazos que nos dimos.
- No es eso. Me avergüenzo de que me han pescado igual que si
fuese una mariposa. ¡Un Lobo convertido en mariposa! No sé lo
que dirán los otros lobos cuando se enteren de ello.
- No dirán nada, porque a nadie hemos de contarlo. Festejemos
nuestra amistad merendando todos juntos. ¿Le parece bien?
- Perfecto. Y desde hoy seremos dos familias amigas; tan amigos
como el Lobito bueno y el Osito


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