Era que se era un Rey que iba de caza, y encontró a Blancaniña,
que estaba jugando con sus hermanos. Blancaniña tenía largos
cabellos y el Rey se prendó de ella. Quiso llevársela con él
en su caballo. El Rey le pidió a la niña que lo esperara,
porque él quería traer hermosos vestidos, piedras brillantes y
una carroza transparente, rodeada de caballeros, para que entrase
como una reina.
Blancaniña sintió miedo al quedarse sola en el monte, pero el
Rey la calmó diciéndole que volvería al día siguiente, a
mediodía. Y se marchó.
La niña vio una fuente de aguas muy claras y se subió a una
rama de alto árbol para esperar al Rey. Veía desde allí el
camino; también se veía reflejada en el agua, como en un espejo.
Una morita vino con un gran cántaro a la fuente y vio la imagen
de la niña en el agua y creyó que era ella misma. Y dijo
suspirando:
-Mora, morita, de la morería...
¡Y venir por agua a la fuente fría!
Tiró el cántaro y se fue. Pasó el sol alto a mediodía, y el
Rey no vino. Blancaniña se entristeció porque temía que el Rey
no volviera a buscarla. Y peina que te peinarás sus cabellos de
oro con peines de plata fina.
-Mora, morita, de la morería...
¡Y venir por agua a la fuente fría!
Estrelló con más fuerza el cántaro y se fue. Blancaniña sonrió,
y siguió peinando sus cabellos pensativa.
Pasó alto otro sol de mediodía y el Rey no vino. Al atardecer
volvió la morenita. Mientras llenaba su cántaro vio otra vez
reflejada la niña en el agua y dijo, creyendo que era ella misma:
-Mora, morita, de la morería...
¡Y venir por agua a la fuente fría!
Tiró el cántaro con tanta furia y enfado que Blancaniña rió,
con risa cantarina.
La morita buscó de dónde venía la risa y vio a la niña
sentada en la rama, y como tenía tanto enfado, pensó hacerle daño,
y le dijo:
-¿Qué hace ahí, la blanca? ¿Qué hace ahí, la niña?
Y Blancaniña contestó:
-Estoy esperando al Rey,
que vendrá entre las doce y la una
a llevarme con él.
La morita se puso verde de envidia y dijo:
-¡Baja de allí, niña, que te ayudo a peinarte!
Y pensó encantarla y tomar su lugar.
Bajó la niña sin temor, y la morita se puso detrás, y comenzó
a peinar los cabellos de Blancaniña con el peinecito de plata.
Mientras le hacía las trenzas, en un movimiento rápido, le clavó
un alfiler negro, y Blancaniña se convirtió en una paloma y
salió volando en el azul cielo.
Por el camino venían dos hermanos de Blancaniña y le
preguntaron a la morita si no había visto pasar por allí al Rey,
con la niña montada en su caballo.
La morita, al adivinar quiénes eran los muchachos, dijo rápida
no saber nada de nada. Entonces, antes que se dieran cuenta de lo
que allí sucedía, los convirtió en dos bueyes.
La morita se subió al árbol, y cuando el sol estuvo alto, vio
venir al Rey con sus caballeros, pajes y una carroza de mucho
rumbo.
La morita se bajó del árbol, se presentó al Rey, y éste,
asombrado por el cambio, dijo:
-¿Dónde el color, la blanca? ¿Dónde el color, la bella?
Contesta la morita, muy desenvuelta:
-¡El sol de la espera volvíame morena!
El Rey no supo qué hacer del disgusto. Pero palabras son
palabras, promesas son promesas.
Así fue que el Rey volvió a palacio con la morita y se casó
con ella. Todas las mañanas, por los jardines de palacio llega
una paloma diciendo:
-Jardín del Rey, jardín del amor,
¿qué hace el Rey, tu señor?
-¡Ay, mi señor, casado con reina mora! Unos días mudo, y otros
llora.
La paloma aleteando, aleteando, desaparecía. Volvió una y otra
vez al jardín; entonces, el jardinero, maravillado, se lo contó
al Rey.
El Rey le ordenó untar la ramita donde se posaba la paloma.
Cuando volvió al día siguiente, la paloma preguntó al
jardinero:
-Jardín del Rey, jardín del amor,
¿qué hace el Rey, tu señor?
-¡Ay, mi señor, casado con reina mora!
Unos días mudo, y otros llora.
Cuando quiso volar se quedó pegada al rosal. El jardinero, con
cuidado, la llevó a su señor. La paloma cautivó al Rey;
entonces la puso en su mano, sentándose a la mesa a comer. La
reina mora se enfureció cuando vio a la paloma beber en la copa
del Rey. Ordenó a los criados que la asaran a la noche. El Rey,
que acariciaba el plumón de la paloma, sintió bajo sus dedos la
dura cabeza del alfiler. El Rey abrió unos ojos muy grandes y,
de un tirón, quitó el alfiler. Apareció en sus brazos Blancaniña
que, llorando, le contó todo lo que había pasado.
La mora, con sus artes, desapareció; los hermanos dejaron de ser
bueyes y llegaron a palacio, cuando todos estaban de fiesta, por
las bodas de Blancaniña y del Rey, su señor.
Más cuentos populares españoles