Había una vez un niño muy pobre, pero le gustaba la escuela.
Cada día se levantaba y salía corriendo a ver a su maestro, no
sin antes darle un beso a su madre. Él sabía que la escuela es
muy importante, porque allí aprendemos cosas que luego nos
servirán para vivir mejor.
Pero la vida a veces es muy complicada y no nos pone las cosas fáciles.
El niño de este cuento era muy inteligente y trabajador, pero
también era muy pobre. Por lo tanto, tenía poca ropa. De hecho,
solo poseía un abrigo para ir a la escuela. Como usaba su abrigo
todos los días, en un momento este se rompió y el niño se
percató enseguida de que tenía un hueco enorme en una magna.
Era un niño muy presumido, que se avergonzó terriblemente de su
desaliño. Se sintió inferior a sus compañeros por su abrigo
roto. No era para menos, los niños pueden ser muy crueles en sus
comentarios y el protagonista de nuestra historia temía ser el
hazme reír de sus colegas del colegio. Se sentó en el aula
intentando aparentar normalidad, pero le fue imposible atender a
las materias que el profesor impartía. Su mente se hallada justo
en su costado, en el hueco enorme que había en su abrigo desteñido
por el sobre uso.
Cuando llegó a casa, el niño corrió a ver a su mamá.
Normalmente son estas quienes nos ayudan con los deberes, y también
con las mangas descosidas. Pero el niño de este cuento tenía
una madre que estaba muy ocupada trabajando de sol a sol. A las
madres pobres les suele ocurrir que descuidan la crianza de sus
propios hijos porque la carga de trabajo es demasiada para ellas.
Como ella se pasaba el día trabajando en otra casa que no era la
suya, casi nunca podía dedicarle el tiempo y la atención que su
pequeño necesitaba.
El niño no se desanimó y les pidió apoyo a sus amigas del aula,
pero estas tampoco fueron de mucha ayuda porque tenían sus
propios problemas por resolver. A veces estamos tan acorralados
por nuestros propios pensamientos, que nos olvidamos de que
tenemos personas a nuestro alrededor. Ellos y ellas también
necesitan de nuestra ayuda. Es increíble cómo podemos ayudar
con una sonrisa o un buen gesto, no siempre se trata de prestar
dinero.
Cuando el muchacho pidió socorro a su madre, a sus amigas y a
las mujeres mayores que estaban a su alrededor y ninguna pudo
tenderle una mano, el muchacho se descorazonó. En un acto
desesperado corrió al bosque porque sentía tanta vergüenza que
no podía regresar al aula. Cuando se adentró en el bosque,
siguió corriendo hasta que el cansancio le hizo detenerse y
agotado tirarse al suelo a descansar, de repente observo a una
pequeña araña en lo más alto de la copa de un árbol, parecía
que estaba llorando, entonces le pregunto:
-Arañita,¿ que te ocurre, por qué lloras?.
- y la arañita miro sorprendida al niño, y le contesto:
Desde que nací, vivo en este árbol, y todos los días subo a la
copa del árbol para poder ver el resto del mundo, pero como está
tan lejos, nunca podré conocerlo...-¿y a ti qué te ocurre
niño?
-No puedo volver al colegio, tengo un agujero en la maga de mi
abrigo....
-No te preocupes-contesto la arañita-yo te lo puedo arreglar,
pero tendrás que llevarme contigo, así podre conocer otras
partes del mundo, estoy cansada de siempre vivir en este bosque.
-Me parece bien el trato, yo te llevaré siempre conmigo, en el
bolsillo de mi abrigo, y tu podrás asomarte y conocer el mundo
que yo conozca,
Entonces cosió en un momento el hueco de su abrigo. Las arañas
son grandes tejedoras, que hacen sus casas en los sitios más
caprichosos. Ellas pueden hacerlo porque tejen sus puertas y sus
ventanas con una facilidad increíble. El hueco del niño era un
asunto sencillo para ella.
Fue así como el niño de este cuento dio media vuelta sobre sus
pasos, y con la arañita en el bolsillo, y salió corriendo para
la escuela. Nunca más se perdió una clase, y siempre que se le
estropeaba el abrigo su amiga la arañita se lo arreglaba.


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