Había una vez una granja en la que vivian un caballo y un asno. Ambos tenían la tarea de hacer viajes con el granjero al mercado de la ciudad.
Una mañana el granjero puso la carga de huevos, calabazas y sacos de grano sobre el asno y algunos pertrechos sobre el caballo y se dispuso a tomar el camino hacia el mercado.
Cuando llevaban un buen rato de camino, el asno, cansado de la pesada carga que le tocó llevar ese día, le dijo al caballo:
- Querido amigo, hoy nuestro dueño ha puesto demasiada carga sobre mi lomo y me estoy sintiendo muy cansado ¿podrías ayudarme llevando parte de mi carga?
El caballo se hizo el sordo y no respondió al asno. Siguió caminando como si no hubiera escuchado nada haciéndose el despistado.
El asno, triste y decepcionado, siguió su camino hasta que, al cabo de pocos minutos, sintió que su aliento no daba para más y sus patas le fallaban y de repente cayó desplomado al suelo .
El granjero, preocupado por el asno, tomo inmediatamente toda la carga del asno y la puso sobre el lomo del caballo, y como el asno era incapaz de caminar un solo metro más, lo cargó también encima del lomo del caballo, el cual tuvo que cargar con toda la carga más el asno el resto del camino. El caballo suspirando, dijo:
- ¡Qué mala suerte tengo! ¡Por no haber querido cargar con un poco de la carga del asno ahora tengo que cargar con todo y con el asno!.
Quien no ayuda a su prójimo cuando lo necesita, tarde o temprano termina perjudicandose a si mismo.